La Religión como ciencia de "prueba y observación", enmarcada solo en las verdades absolutas. La filosofía como herramienta para resolver el asunto de "Ser". Sophia como aquello que resulta del "conocer", y la "duda inteligente" como crisol de la Fe. La Sincretoclastía como única regla.

Sacrificio, renuncia o abandono.

Se nos pide renunciar. Se nos pide sacrificarnos en múltiples aspectos. Todo ello con la intención de una purificación.

Cuando intentamos renunciar al apego, al gusto e inclusive al sufrimiento, y sentimos que se trata de un sacrificio, entonces, aún les deseamos. Resulta imposible renunciar a algo mientras se le desea.

Este es uno de los asuntos más complicado de explicar. El sacrificio ha sido visto como lo más elevado que un ser humano puede llegar a hacer para demostrar fidelidad, sin embargo, al final, solo significa que más tarde o más temprano volveríamos por más de lo sacrificado. Solo hemos demostrado que lo anhelamos profundamente. Así fue el final de la vida de dos reyes de Israel considerados entre los humanos más sabios de la historia, David y Salomón, que "al final hicieron lo malo", y es que el deseo carnal les hizo volver a lo que otrora renunciaron.

Creo que no ha habido justicia para con todos los que como ellos hicieron renuncias importantes, para luego devolverse sobre sus pasos con la intención de recuperar lo renunciado. Es que así es la naturaleza humana, aunado con un pequeño pero fatal error de concepto, y es que toda renuncia es añorada en silencio, y normalmente bajo auto engaño. Así, el que ha dejado de tomar licor, o el que alguna vez tuvo el vicio del cigarro, en sus sueños anhela volver a experimentarlo aunque en lo consciente le aterre las consecuencias.

Normalmente renunciamos a comportamientos, actitudes o deseos solo por las consecuencias. Todo sacrificio es una pena. Quizás la naturaleza humana está maldita con las consecuencias de los actos solo para equilibrar el desenfreno de la individualidad y de la codicia. El infierno, el pecado, la memoria y el deseo de lo hecho, son esas consecuencias, marcas indelebles en nuestras psiquis que pujan por impulsar revivir los comportamientos que los creó.

Normalmente, las religiones piden sacrificios. Renunciar a la vida anterior o a los bienes que "tuercen el amor del corazón" en pos de una vida nueva. Tales renuncias convierten en mártires a quienes las ejecutan, arruinándoles la vida, o quitándoselas, llevándolos a la muerte.

Los razonamientos completan la desgracia cuando mediante cavileos especulativos nos conllevan a renunciar a algo, solo por ser malo o contrario a lo que se quiere. Quizás la historia de la mayoría de los religiosos, que renuncian a la juventud y a la vivencia en virtud de una existencia póstuma que no pueden dar por seguro.

Si hemos llegado hasta aquí, es porque necesitamos urgentemente resolver el problema existencial de la mecanicidad del sueño interpretativo y asociativo que nos mantiene ignorantes de nosotros mismos. 

Si bien es cierto que en la ecuación de la vida nos va muy bien con la renuncia en sus dos primeras etapas, también es cierto que en la tercera parte de dicha fórmula de nada sirve el sacrificio, puesto que a esa altura no hay nada a qué quitarle la fuerza, es decir, teniendo dos tercios del trabajo del despertar hecho, para ese último momento solo se requiere "des crear" el evento o consecuencia, y solo es posible abandonándolo de manera absoluta.

Si al intentarlo, aún es como si renunciáramos o sacrificáramos nuestras ganas, pues, no se ha logrado. Si tenemos que hacer un sacrificio, es seña de que en realidad no podemos desprendernos del asunto.

"Des crear" es hacer que algo deje de existir, por lo que ni el recuerdo de ello queda.

Ésta es la clave del refreno de los impulsos, a dejar de existir en nuestra tragicomedia particular, en la que somos el actor principal que sirve de soporte al mismo impulso.

Eso es justamente lo que hizo Jesús en la cruz. El último arcano. Él no murió añorando la vida. Quizás ofrecerse en sacrificio le llevo a la cruz, pero la muerte en sí misma fue algo muy personal y particular, en cuyo momento, no pudo ser tentado con el deseo de la vida ni de existir. Nada que pudiese ofrecer el "Dios de las formas" le conllevó a renunciar a algo que él quisiera, es decir, que su atención no se centró en el hecho de perder la vida, sino que por el contrario, su atención estaba fuera de las apetencias y de la existencia.

Últimamente he pensado mucho que quizás cuando le decían que se salvara a sí mismo, él hubiese podido responder: "¿Y qué creen que estoy haciendo?", puesto que realmente, enfrentado al estrés más terrible de la agonía, se desprende del deseo para que el "opositor" no tenga nada con qué tentarlo, o mejor dijéramos, no tener él ningún apego o deseo con el que el diablo pudiera tentarlo.

Estemos claros de que no se trata de semántica, sino de abandono en vez de lucha.

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