La muerte de Yehudáh
(La muerte de Judas)
Preámbulo.
Uno de los personajes más odiados de la
historia, y al mismo tiempo – quizás – uno de los más enigmáticos.
Nos hemos atrevido a fabular los últimos
momentos de la vida de Yehudáh de Kariot – Judas Iscariote.
¿Qué creía él?
¿Qué pensaba acerca de todo lo que escuchó, de
lo que vio y de lo que vivió?
¿En verdad traicionó a Yehoshúa – Jesús de
Nazaret –, o sencillamente cumplió con el papel para el cual muchos afirman que
estaba suficientemente preparado?
Uno de los hombres más afortunados de todos
los tiempos – por haber compartido con el ser más maravilloso del que se tenga
registro – fue, al mismo tiempo, el instrumento mediante el cual se condujo a
la muerte en la cruz a quien tanto le amó.
Él fue el que le “entregó”.
¿Odió o amó al que le “prestó” la luz con la
que seguramente conoció su propio espíritu?
Quizás pudo ser como lo contamos o quizás no.
Eso solo lo sabe Dios, pero lo que sí sabemos es que nada señala exactamente lo
que pasó. Solo sabemos el resultado final.
¿Y… si… nos lo han contado?
¿Qué tal, el haberlo leído en una carta, cuyo
remitente no solo quedó lejos en la distancia sino también en el tiempo?
Ésta es la historia de la última tarde de Yehudáh
de Kariot – Judas Iscariote –, a quien un hebreo le vendió la concesión – como era la costumbre – de unos terrenos
ociosos a las afueras de Jerusalem. Éste último, al quedar consternado por lo que
escuchó mientras conversaban, redacta una carta transcribiendo los discursos y
los sucesos de aquella tarde.
La carta, dirigida a un tal Kalev, contiene
las razones de la traición confesadas por el mismo Yehudáh en esos momentos.
Kalev, quien debiera leerla dos mil años más
tarde – puesto que aún no nacía –, antes del final de los tiempos, resulta ser el
último retorno del espíritu que habitó en Yehudáh en aquella ocasión.
Las letras en dicha carta, inscritas en la mismísima
sustancia de la consciencia que se encuentra más allá del tiempo, narra la
pretendida verdad. Una, que solo serviría para exculpar, pero al mismo tiempo,
condenar al que en la cena de la noche anterior compartió “literalmente” el
mismo pan que seguramente fue el último bocado del Salvador.
Da Vinci lo supo. Quizás leyó la misma carta.
Quizás lo infirió.
A la izquierda del Señor, en actitud de
asombro y rechazo, permanece retratado el traidor.
Carta a Kalev.
Introducción:
…Mi querido Kalev.
Extraño fue lo que un hombre me contara antes
de acabar con su propia vida.
Deja que te detalle las locuras inentendibles
de una triste y delirante alma en pena, que a pesar de afirmar que sobre él
recayera la gran bendición del cielo, esa misma, le ocasionaba la más profunda
de las aflicciones, por lo que sufría grandemente, y no probaría el consuelo
sino hasta el final de los tiempos.
Esto que he de narrarte, ocurrió en el
transcurso de unos días, hacia el final de las fiestas, y he tomado la
disposición de escribírtelo, porque las palabras y las ideas de aquel hombre
del que se trata lo que he de narrarte, aún resuenan en mis pensamientos de día
y de noche; y aunque no puedo concebir creer en lo que me dijo (pues, mi
carácter y nuestras costumbres son adversas y me indican que solo son locuras),
en lo profundo del corazón acepto aquello, y resignado en silencio y sin poder
entender hasta ahora nada de tal prédica, que aunque maravillosa luce terrible,
ahora la tengo por testamento para apoyar mi cabeza en la hora del sueño.
Aunque fuese un desconocido para mí, pues nunca antes
le vi, su muerte y la manera en que ocurrió agobiaron mi alma, afligiéndome aún
más el pensar que aquel hombre dejara esta tierra creyendo que su verdadera
aflicción y sufrimiento realmente no habían comenzado todavía a pesar de lo
vivido, sino que como creen los Perushim – Fariseos – , él también cree en una vida postrera,
en la que le acontecería el verdadero sufrimiento.
En verdad creía él saberse con mayores pesares
para el mañana que los que ahora sufrió; para los tiempos en que las palabras
de un tal Yehoshúa serían entendidas.
Ahora y por tanto, te relato las cosas tal
como pasaron, pues, las recuerdo como si fuese ayer, aunque ha pasado algún
tiempo ya.
La historia:
Llega a mí este hombre, nervioso y agobiado, con la firme
intención de comprarme un pequeño terreno el cual mi familia no atendía desde
hacía algún tiempo y estaba ocioso.
Luego de llegar a un acuerdo, me pagó en peso
de plata lo justo por el terreno, se levantó para irse, más cuando pasaba por
el dintel de la puerta de mi casa, cayó desplomado sobre sus rodillas, y
ladeándose sobre un costado comenzó a llorar amargamente.
Me apresuré en su ayuda y me acerqué de
inmediato a ver qué le ocurría, pero en sus sollozos solo se le escuchaba decir
repetidas veces:
– “¿…por qué…, por qué hube de desconocerte…,
por qué te desconocí?”
Y mientras le preguntaba con respecto a quién
se refería, él, con el rostro cubierto por sus manos me respondió en un tono
algo fuerte:
– “¡Al único semejante que he conocido!…”
Aquella respuesta me tomó por sorpresa,
aturdiéndome mientras pensaba rápidamente si tal cosa tenía sentido, y
tomándolo por los brazos le ayudé a levantarse, lo llevé adentro y lo senté de
nuevo en el salón donde habíamos recién cerrado el trato de los terrenos.
– “Solo era luz prestada…”, “Solo era luz
prestada…” decía ahora con las manos sobre la cabeza, mientras escondía la cara
entre sus rodillas y gemía entre murmullos y balbuceos.
Pensé que mejor sería calmarlo antes que
entenderlo, para lo cual llamé a mi esposa para que preparara con urgencia una
bebida con especias que le calmaran el ánimo, puesto que los temblores de sus
manos y los quebrantos de su voz, le hacían parecer como si padeciera del más
terrible de los dolores que hombre alguno pudiese soportar.
No había nada que trajese a este personaje de
vuelta a nuestro mundo de entre su tragedia, pues hundido en sus propias
lamentaciones sollozaba y se lamentaba cuestionándose repetidas veces de la
misma manera.
Mi esposa hubo de aparecerse al rato con lo que
le pedí en dos tazas, una para él y la otra para mí.
Tomé la taza que era para él, y al acercársela
a los labios, entre lágrimas, apuró su contenido después de lo cual se comenzó
a calmar.
La confesión:
Respirando más tranquilo, ya no tan
entrecortado, levantó los ojos, y mirándome
dijo:
– “He odiado al que me da la vida, y he tenido
celos del que me da el entender.”
– ¿De qué hablas? – le pregunté.
– ¿Qué puede ser eso que dices que te cause
tanto dolor, y te ponga en ese estado?
– “Si te dijera…” – continuó – “que aquel de
dónde venimos, nuestra fuente, ha estado entre nosotros y yo le he conocido.”
– “Si te dijera…, que al acercárseme, pude
verme en él y a él en mí.”
Cuando me decía esas palabras, pensé que
realmente estaba loco, y que sufría tormentos de espíritus inmundos, que le
retorcían el alma y le hacían ver cosas, pero por el solo hecho de curiosidad,
le dejé que se desahogara hablando, por lo que acabé escuchando cosas que aun
no entiendo, pero que arrebatan mi alma colocándome entre dos aguas que hasta
ahora no logro reconciliar.
Del don del discernimiento espiritual:
– “He visto en él la paz de mi alma, pero también le he
confundido como a un hombre” – dijo.
– “Imagínate hermano…” – agregó- “que cuando
él me vio por primera vez supe que yo era doble, y que mi querer y mi mente
eran una, y mi reposo y mi silencio eran otra.”
Aún sin haber entendido lo anterior, continuó
y dijo:
– “Le escuché decir que él traería fuego a
este mundo, para separar lo que no es de la misma naturaleza.”.
La verdadera gracia del espíritu:
– “Siempre fui un seguidor de hombres y
profetas, y nunca tuve otro premio que lo que de éste mundo esos hombres y esos
profetas pudieron ofrecerme…, más éste del que te digo…, le seguí, porque fue
como verme a mí mismo reflejado en él, pero sin penas.”
– Ah, ya veo – le dije –, ¡eres uno de esos
inquietos que siguen profetas!
Me observó con cierta soberbia y entonces me
dijo:
– “¡Aún no me entiendes!, pues no te he dicho
lo concerniente a estas cosas.”.
La explicación del mensaje:
Entonces, con una nueva fuerza y como
observando algo dentro de sus pensamientos me dijo:
– “Nadie que siga a hombre tendrá premio de
Dios.”
– “Aquel que siga según la forma a otro
hombre, será maldito por cuanto no sabe diferenciarse a sí mismo lo que es de
lo que ve.”
Debo confesarte Kalev, que aquello cada vez
tenía menos sentido para mí, porque lo que decía parecía juego de palabras.
Del re-descubrimiento:
– “Yo y los otros” – continuó con un rostro
más iluminado – “vimos en él nuestro propio espíritu, y mientras estábamos
cerca de su entorno, teníamos un entendimiento que no puedo explicar cómo, pero
tanto lo terreno como lo celestial estaban a nuestro alcance.”
– “El devolvió a los ciegos la vista, pero a
nosotros, los que andábamos con él, nos dio el poder ver nuestro origen y
reconocerlo en él.”
– “El resucitó a los muertos, mas a nosotros nos trajo a una
vida verdadera que ahora sabemos que no recordábamos.”
– “Su inocencia nos hizo descubrir nuestra
inocencia, y su espíritu nos hizo descubrir el nuestro.”
Replicando, y sin poder contenerme le
interrumpí diciendo:
– ¿Pero es acaso un mago ese al que siguen tú y tus amigos, por tantos poderes que cuentas que tiene y tantos prodigios que
hace en los que le rodean?
Del poder de auto percepción:
– “Creen todos que nuestras manos y nuestros
pies son señal de lo que somos, más el hombre que por él hemos descubierto en
nosotros no es bajo engaño, aun cuando las manos y los pies nos someten a
engaño.”
– Entonces, – interrumpiéndole de nuevo – si
es así como dices, pues, ¿cómo es que le tienes celos y odio a ese que dices
seguir?
Pareciese que mi pregunta le tomó por
sorpresa, más luego de un momento continuó diciéndome:
Del misterio de la cercanía:
– “Cuando estoy cerca de él, todas estas
maravillas me son prestas y resaltan ante mis ojos, más cuando me alejo de su
lado, solo puedo recordar que las vi.”
– “Cuando su palabra entra en mis oídos, no
son ellas las que me dan el entendimiento, sino que es como si fuera él quien las
escuchara en mi y me revelara en experiencia lo que ellas significan, no como
quien las escucha de otro sino como quien las ve por sí mismo.”
– “Cuando estoy cerca de él, es como si
pudiera ver el hilo del cual proviene mi vida y mi espíritu, aun cuando él es
el velo detrás del que se pierde ese hilo, más cuando me alejo de él, solo
puedo suspirar por aquella visión.”
Muy extrañado por aquellas palabras, le dije:
– Pero yo no puedo hacer eso que dices, o no
me doy cuenta de que lo hago si es que lo hago, pues, todas esas maravillas de
las que hablas son invisibles para mí y jamás imaginé que pudiesen existir.
Del alma material:
Entonces, mirándome aguda y profundamente a los ojos me
contestó:
– “Cada vez que deseamos algo y nos imaginamos
tenerlo, tanto el deseo como lo que imaginamos se acumula en nosotros como
piedras al lastre, agregando más materia a la materia que conforma nuestra
alma.”
– ¿El alma es material?, pues ¿de qué materia
hablas? – le protesté.
Ya no parecía el hombre que entró por mi puerta,
ni el atormentado al que hube de atender para calmarle, sino que con certeza y
con autoridad continuó diciéndome:
– “Has querido riqueza y la has acariciado con
tu mente, y dices que no es materia.”
– “Has deseado mujer y has reaccionado con tu
deseo, y dices que no es materia.”
– “Pues, ¿cómo es que tocas y acaricias lo que
no es material?”
– “Te digo, que todo lo que piensas e
imaginas, puedes tocarlo y gustarlo, y es materia.”
– “Esa materia es la que no te deja ver estas
cosas de las que te hablo.”
– “Ni siquiera a ella – a la materia- puedes
distinguirla, pues nuestros deseos se esconden en las apetencias y en lo
normal, y son como barrotes que nos encierran en la ignorancia de nosotros
mismos”.
Del bautismo:
– “Por eso, éste del que te hablo, ha traído
fuego verdadero del cielo verdadero y lo ha colocado en nosotros para que
podamos ver y palpar las realidades y verdades que moran en nosotros.”
– “Revolotea ese fuego que es él mismo en
nosotros, es decir, su espíritu, y hace que nos separemos en verdad de la
falsedad, y por tanto, el don de la percepción se hace evidente en un
descubrimiento de nosotros mismos.”
– “Cuando el tiempo se cumpla, y comience el
llamamiento, como torrentes de agua, su espíritu será regado entre todos
aquellos que provienen de donde él proviene, y todos verán con los ojos de él,
y entenderán con el entendimiento de él, y esto será primero entre pocos y
después entre muchos, por cuanto todos los que él llama hermanos serán
despertados”.
De la renuncia:
– “Y viendo con sus propios ojos andarán en
caminos de renuncia a todo lo que les aleje de lo que el don de percibir les
muestra.”
– “Por eso, él nos enseñó que solo renunciando
a la vida se obtiene la vida.”
– “Solo podemos salvar el alma renunciando al
alma.”
– Eso es imposible – le repliqué casi ofuscado
– pues, no lanzas algo lejos para buscarlo luego.
– No puede alguien ganar lo que ha desechado,
pues, como es que tú dices que debemos renunciar a nuestra alma, siendo ella el
tesoro más preciado.
De lo que busca el alma:
– “Nuestra alma está acostumbrada al gusto, la
sensación y la avaricia.”
– “Nuestra alma está acostumbrada a buscar lo
que se parece a ella, pero nosotros no somos nuestra alma, y por tanto ella
nunca nos busca a nosotros.”
– “Nosotros somos el espíritu que posee y da
vida a nuestra alma, mas creemos ser ella, y confundidos buscamos tener,
acumular y atesorar lo que el mundo nos da.”
– “¿Cómo podemos buscar los cielos si estamos
con la mirada puesta en la tierra?”
– “Él nos ha enseñado que encontremos la
verdad para que esa nos haga libres, y te digo que no puede renunciar a su alma
aquel que no ha conseguido la verdad, pues no sabe que buscar y no sabe a qué
renunciar.”
La síntesis del mensaje:
– Entonces, mi caro amigo, tu solo me dices
tres cosas.
– La una es que solo cerca de ese profeta tuyo
puede verse la verdad.
– La otra es que solo renunciando a lo que no
es verdad -en comparación con esa verdad- se gana la vida.
– ¿Qué vida, pues acaso ya no estamos vivos?,
moriremos y habremos de resucitar al fin de los tiempos.
– Por último, ¿quieres que crea que ese a
quien sigues pueda meterse en nosotros y cambiar la forma en que vemos todo?
– “Eso que dices al último es cierto, pues él
es como un tinte y nosotros tela, y una vez teñida la tela, el tinte y la tela
son uno.”
– “Él es más como levadura, que al cabo de un
tiempo toda la masa estará leudada.”
De la vida verdadera:
– “Por otro lado, creen que estamos vivos,
pero no es así.”
– “La verdad es que estamos muertos, pues
estamos atrapados y caídos en nuestros propios placeres y dolores, y ajenos a
la verdad y al espíritu.”
– “Nadie se ha levantado y nadie se levantará,
excepto aquel que ha venido de la vida, pues solo el que viene de la vida va a
la vida.”
– “Lo han explicado nuestros padres y los
profetas, que solo somos huesos secos desparramados en tierra árida, y que solo
Dios los unirá de nuevo, y pondrá músculo, tendón y piel en esos huesos, y a
pesar de ello, y de estar completos en la forma, hasta que Dios no ponga vida
de su vida en esos cuerpos no viviremos.”
Luego de reflexionar en las palabras que ese
hombre había hecho llegar hasta lo profundo de mi mismo, pues se colaban en mis
huesos más que la ley y las costumbres, siendo que apenas las había escuchado,
y retomando el cómo se había iniciado todo esto le dije:
– Entonces, ¿por qué sufres, pues, no es
maravilloso acaso eso que me cuentas?
Cuando será entendido el mensaje:
– “Pasarán más de dos mil años para que esto
lo entendamos quienes lo hemos oído de él y quienes lo oirán por nosotros.”
– “Muchos le buscarán equivocadamente en el
tiempo, y se engañarán en gran manera.”
– “Incluso yo, estoy confundido con las cosas
que te he contado, pues sé que son verdades, más ahora y desde anoche no las
veo ni las percibo.”
– ¿Cómo puede ser eso? – le pregunté – pues
hablas como testigo y no como quien escuchó de camino.
– ¿Cómo puede ocurrir tal cosa?
– “Sufro una ausencia muy profunda en mi alma
y en mi corazón,” – contestó – “y tengo
una mezcla de amor y rencor con aquel que me ha marcado con su propio ser.”
– ¿Qué es eso que entonces te tiene mal?
De la ausencia de la percepción:
– “Lo que me tiene así es que a diferencia de
él, yo soy fuente de dos aguas, una amarga como la hiel que corrompe mis
miembros y turba mis sentidos, conformada por mis placeres vividos y mis ganas
que aún me asaltan, y otra que permite que me asome en un mundo del que sé que
soy originario.”
– “Ambas cosas me turban terriblemente, pero
solo cuando estoy lejos de él”
Mientras eso me decía, comenzó a llorar de
nuevo, y sollozando continuó:
La traición:
– “Sé que mis hermanos ya no me querrán y me detestarán
por siempre.”
– “Él me lo advirtió, y yo no me imaginé que
lo haría.”
– “Pensé que él estaba equivocado en eso, que
no podía ser, que eso no se cumpliría.”
– ¿Qué? – le pregunté con premura y en forma
que se denotaba mi expectativa.
– “Que le traicionaría.”
– ¿Y lo hiciste?
– “Si.”
Pasamos un tiempo callados, mientras él se
lamentaba y yo no podía creer lo que me había dicho, y casi frustrado, le
pregunte:
– ¿Y…, cómo luego de haberte dado todos esos
conocimientos y experiencias pudiste hacer semejante acto?
– “Porque ayer en la noche, en el festejo de
la pascua, él me quitó todo eso, y quedé en tinieblas dentro de mí, vacío,
porque su luz se apartó de mí, y por tanto, no podía ver en el espíritu y con
el espíritu, ni percibirle, y arrebatado en dolor y furia, celos y odio, fui y
le vendí como quien vende a un fugitivo, y está siendo castigado por eso por
los príncipes del templo en estos momentos.”
Sin más, se levantó y se fue, y no le vi nunca
más.
Fin de la historia:
Sus palabras y las cosas de las que me habló
durante esa conversación han perdurado en mi memoria como si se tratase de
heridas que una vez infringidas no pueden borrarse.
Entre otras cosas, me habló de ti.
Me dijo, que cuando entendieses estas cosas en
los tiempos en que han de ser entendidas, necesitarías de ésta carta por
testimonio de lo que apenas te atreves a creer ahora.
Solo Dios pudo haber hecho esto conmigo, y por
tanto creo en verdad que algún día estas palabras van a llegar a ti, pues,
imaginándome que te sentirás como yo me siento en estos momentos, que en medio
de la tormenta de los pensamientos está una paz que nos llama al reposo y al
reconocimiento, y entre pocos te creerás.
De cómo murió Yehudáh:
Como aquello aconteció en la tarde del día
sexto, nadie pudo descolgarle por cuanto pasó el día de reposo pendiendo de una
soga.
A la mañana del día después del día de reposo,
cuando fueron a buscarle, ya había caído el cuerpo en unas piedras de bajo de
la loma, sus restos comidos y regados por las bestias y la podredumbre
extendida por el lugar.
No hicimos nada para recuperar el terreno, y
lo dejamos en pérdida, de manera que se usa para desechar lo inmundo.