La Religión como ciencia de "prueba y observación", enmarcada solo en las verdades absolutas. La filosofía como herramienta para resolver el asunto de "Ser". Sophia como aquello que resulta del "conocer", y la "duda inteligente" como crisol de la Fe. La Sincretoclastía como única regla.

Soledad

Soledad.

Querida amiga.
Nunca me esperaste. Jamás te fuiste.
Aunque hablo para ti, en tu sorda atención y pendiente de indagar en lo más profundo de mi alma, esperas herir con tu indiferencia mis lastimeros postulados, de lo que en verso debió pasar y no fue así.
En verdad agradezco que no me respondas, porque de hacerlo, mi endeble cordura ya no pendería de un hilo, y pesadamente contra la dureza de mis realidades astillarías mi muy maltrecha imagen de mí mismo.
En tu compañía, cuando el eco de tu ausencia afirma mis pensamientos, denoto en ti mi propio reflejo.
¿Qué sería de mí si no estuvieras a mi lado, como siempre invisible, impávida, inerte y aun así, amiga?
Nací en tus brazos y me arrullaste con tu silente cariño.
En tu inadvertida presencia crecí, mientras alterabas mi percepción del mundo, llamando mi atención hacia la fuente de mis pensamientos.
Acostumbrado a ti, encuentro casi como una fantasía el imaginarme que - aunque no estás presente - jamás te hubiese conocido.
¿Qué fuera de mí y qué otras cosas hubiese creído?
Desahogándome en tu infinita paciencia, nunca hubo un reproche, sino que en mi reflejo lograste que las respuestas a todo las encontrara en mi augusta soledad.
En ti, encuentro reposo.
Contigo hablo cuando quiero.
Y si ofuscado reniego de conversar al estar amargado en mi propia hiel, en tu seno cesa el hastío.
Susto viene a mí el solo pensar que como a otros algún sustituto relevara tu presencia, y en vez de tenerte cuando estoy solo, acompañado por el ruido y enquistado en el mundo hubiese quedado dormido.
Cuando otros me hieren el alma, tu bálsamo sana inmediatamente lo que me aqueja, pero cuando eres tú la que me hiere, cual pregunta de la existencia que hace brotar las más dolorosas lágrimas de amargura, queriendo compartir contigo la respuesta o la conquista, no te encuentro, no te consigo.
Silencio es tu arrullo, ausencia tu caricia, y como quien administra mis memorias, traes a mi presencia lo que incompleto he abandonado, como remordimiento, como reclamo.
Obligas mi sinceridad, contigo y conmigo, y tal como el perro de caza que sostiene su presa y no la suelta, así tú en tu indiferencia a mis justificaciones, corroes los grilletes que me atrapan y condenan a lo ido.
Nunca he visto tus ojos y aun así siento tu mirada que nada quiere dejar en lo oculto.
Sin facetas, inefable, grata compañía.
Tal es tu presencia que en la ausencia y recostado en tu pecho descanso, reposo, y aunque no siento tus manos, sus efectos no son ajenos para mí, reconfortándome mientras me enseñas que siempre hay tiempo para respirar tranquilo.
En tu presencia huye la culpa.
Al conversar contigo, nadie me acusa.
Das a mis días la oportunidad de reconciliarme conmigo mismo, ajeno a quienes me persiguen.
En tu silencio he conocido la inmanifestación de Dios, pues me ayudas a desenmascarar mis propias creaciones para conocer el velo de quien me creó.
Y si alguien me preguntase, ¿qué me has dado si nunca te he visto?, la independencia, el criterio propio, la inspiración, la meditación, el cuestionamiento y la resolución, la impaciente constancia y el perdón.
Quizás nunca mejores dones.

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